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ECONOMÍA

6 de abril de 2025

Trump, proteccionismo global y el impacto en Argentina: señales de alerta en un mundo sin brújula

Las políticas arancelarias impulsadas por Donald Trump reconfiguran el comercio mundial, profundizan el declive del multilateralismo y afectan duramente a economías como la argentina. En un escenario global incierto, el Gobierno nacional opta por una estrategia de alineamiento que genera más preguntas que respuestas.

El regreso de políticas comerciales agresivamente proteccionistas bajo el liderazgo de Donald Trump ha generado ondas expansivas que sacuden los cimientos del orden económico global. Más allá del cortoplacismo financiero y las fluctuaciones de mercado, estas medidas implican un viraje histórico que deja atrás la globalización de los años 90 y coloca a países como Argentina en una encrucijada decisiva.

La reacción inmediata de los mercados financieros no se hizo esperar. El índice de volatilidad VIX alcanzó niveles superiores incluso a los observados durante la crisis financiera de 2008 o el pánico global desatado en la pandemia de 2020. Sin embargo, el fenómeno excede largamente lo coyuntural: marca el ocaso de una era y plantea un nuevo mapa de poder económico donde China aparece como la principal fuerza emergente.

De acuerdo con un informe del Instituto Australiano de Políticas Estratégicas (ASPI), China lidera hoy el desarrollo de 37 de 44 tecnologías estratégicas globales, desde inteligencia artificial hasta defensa. Este dominio se refleja también en su balanza comercial, con un superávit cercano al 5% de su PBI (973 mil millones de dólares), mientras Estados Unidos ostenta un déficit del 4% (1,2 billones de dólares).

La respuesta de Washington ha sido simple en su formulación pero contundente en sus consecuencias: sobrearanceles calculados en función del déficit bilateral, con porcentajes que alcanzan el 34% para productos chinos. Argentina no fue la excepción. A pesar de su retórica de alineamiento, recibió un arancel adicional del 10%, al igual que Brasil, Chile, Colombia y Perú. Ni los gestos diplomáticos ni los intentos de acercamiento evitaron el golpe.

Para la economía argentina, las repercusiones ya se sienten. Sectores como el acero, el aluminio y las autopartes enfrentan pérdidas en exportaciones por al menos 1.000 millones de dólares. La volatilidad presiona sobre el tipo de cambio, incrementa el riesgo país y alimenta una espiral de incertidumbre que golpea la actividad y el empleo. Incluso productos estrella como la soja registraron caídas abruptas, del 5% en apenas 48 horas.

El impacto también erosiona el tenue equilibrio de las cuentas externas. Si bien la baja del petróleo alivia la inflación, deteriora el superávit energético que hasta ahora compensaba parcialmente la fragilidad de la balanza de pagos, marcada por importaciones que crecen tres veces más rápido que las exportaciones.

En el plano geopolítico, la respuesta del Gobierno argentino ha sido, cuando menos, errática. A la búsqueda de auxilio financiero con Estados Unidos vía FMI se sumó un fallido viaje presidencial sin resultados concretos. La negativa de Washington a sellar un acuerdo comercial se tradujo en una exigencia impensada: cancelar el swap con China por más de 13.000 millones de dólares. La oferta: incierta. El costo: altísimo.

Esta decisión deja al descubierto una apuesta estratégica poco clara. Mientras Estados Unidos enfrenta un declive relativo en su liderazgo global, Argentina vuelve a confiar en un modelo de subordinación que recuerda al pacto Roca-Runciman de 1933, cuando el país selló su dependencia con una potencia (Inglaterra) en retirada, ignorando el ascenso de Estados Unidos. Hoy, la historia parece repetirse, solo que con otros protagonistas.

El problema no radica en elegir entre China o Estados Unidos. La verdadera salida reside en recuperar una política exterior pragmática, multipolar, que coloque al interés nacional en el centro. Lejos de cualquier alineamiento ideológico, el sentido común indica que Argentina debe proteger su aparato productivo en un mundo que vuelve a blindarse.

Frente a este escenario, urge un cambio de rumbo. Medidas de emergencia como el aumento de aranceles, incentivos al mercado interno y planes de desarrollo de largo plazo no solo son necesarias, sino ineludibles. También lo es retomar la integración regional, profundizando el Mercosur y articulando con bloques emergentes como los BRICS y países del Sur Global.

La historia enseña que las transiciones hegemónicas nunca son pacíficas. El mundo se adentra en una etapa de tensiones crecientes que podrían derivar en conflictos mayores. Argentina, con una política exterior sin brújula, corre el riesgo de ser arrastrada por la tormenta. Aún hay tiempo para corregir el rumbo. Pero es necesario actuar ya.

¿Perdió el Gobierno el norte? Tal vez la respuesta esté en mirar hacia el sur, no como resignación, sino como oportunidad. No se trata de ideologías, ni de clases sociales: se trata de supervivencia nacional. Y de evitar que una crisis global se transforme, en nuestras tierras, en una tragedia evitable.

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