POLÍTICA
11 de julio de 2025
La rebelión de los aliados: la caída en el Senado marca desgaste político en el armado nacional

Con el Senado en contra, la economía en retroceso y una crisis política interna en pleno desarrollo, el Gobierno enfrenta su momento más crítico. Gobernadores hartos del destrato abandonan el barco y la lógica libertaria muestra sus límites. ¿Se puede gobernar sólo desde las redes?
La caída del oficialismo en el Senado no fue sólo una derrota parlamentaria: fue el punto de quiebre de un modelo de gobierno que pierde aceleradamente sustento político, económico y simbólico. Lo que parecía una discusión legislativa más terminó revelando la fractura más profunda: la rebelión de los gobernadores que hasta ayer se alineaban con la Casa Rosada.
Hartazgo, destrato, desinversión. Esa es la tríada que explican en privado varios mandatarios provinciales para justificar su giro. “Me quitan fondos, me arman listas opositoras y ni siquiera me llaman antes de una sesión clave”, sintetizó uno de ellos tras una reunión virtual entre varios jefes provinciales horas antes del revés en el Senado. Gobernadores que en los papeles eran aliados, hoy se sienten empujados a la vereda de enfrente.
Mientras el gobierno perdía votos en el Congreso, sus principales funcionarios se enfrascaban en operaciones mediáticas fallidas, como el “off” de Luis Caputo que terminó perjudicando más de lo que ayudó. Esa escena, casi caricaturesca, dejó expuesta una dinámica: un gobierno más atento a lo que dicen los medios que a las urgencias de la política real.
Pero lo más grave se vivió después: la interna libertaria escaló al punto de ebullición. La vicepresidenta Victoria Villarruel acusó a la ministra de Seguridad Patricia Bullrich —compañera de gabinete— de haber integrado una organización terrorista. Un hecho sin precedentes que expone el nivel de fractura en el núcleo de poder presidencial.
El descontrol institucional es apenas una arista de una realidad más amplia. La economía, supuesta carta fuerte de Javier Milei, entró en un ciclo de deterioro pronunciado. Volvió la inflación, el dólar se disparó, se esfumó el superávit fiscal y la economía real se desangra con cierres de empresas, falta de inversión externa y creciente desempleo. A estas alturas, los logros macro ya no convencen ni al círculo rojo.
En este escenario, Milei se refugia en su hermana Karina y un puñado de leales que apuestan a una estrategia de “pureza” ideológica: menos negociación, más verticalismo. Pero el sueño libertario choca con la aritmética del Congreso y las lógicas territoriales. Ejemplo paradigmático: Corrientes. Una provincia aliada que el oficialismo decidió enfrentar en una cruzada electoral con resultados previsibles: perdieron al gobernador y dos senadores que hoy votan en contra del Gobierno.
En la interna libertaria también hay fuego amigo. Santiago Caputo, arquitecto de la estrategia de acuerdos con los gobernadores, fue desplazado por la dupla Karina Milei-Martín Menem, que hoy conducen el armado político y la relación con las provincias con un nivel de torpeza que preocupa hasta a los propios.
El resultado es un gobierno paralizado por su propia interna, incapaz de contener a sus exsocios ni de generar nuevos liderazgos. Un experimento de poder que parece agotarse al ritmo de la realidad. Mientras tanto, Milei atrinchera su relato con una consigna: todo se resolverá después de octubre.
Pero ni las encuestas ni la historia le dan la razón. El cierre de listas en la provincia de Buenos Aires fue, por decirlo suavemente, deslucido. La alianza con los retazos del PRO no entusiasmó ni al propio electorado libertario, y la proliferación de listas opositoras muestra que el control político está lejos de ser total.
Además, queda la pregunta clave: ¿de qué serviría ganar la provincia de Buenos Aires si no se revierte el deterioro económico ni se logra estabilidad institucional? Gobernar no es ganar elecciones, y mucho menos armar listas. Si todo depende de un triunfo electoral local para salvar a un gobierno nacional, es que el modelo no funciona.
Milei prometió cambiarlo todo. Por ahora, lo único que logró fue sumar caos al caos. Y eso —como bien saben todos los gobernadores que hoy se alejan— tiene fecha de vencimiento.