POLÍTICA
18 de diciembre de 2025
El error de diseño que dejó al Gobierno sin ajuste, sin aliados y con más déficit

La caída del capítulo clave del Presupuesto no fue un accidente ni una traición inesperada: fue la consecuencia de una estrategia parlamentaria mal calculada que expuso la fragilidad política del oficialismo y complicó el rumbo económico de Javier Milei.
El fracaso del Gobierno en la votación del Presupuesto en Diputados dejó algo más grave que una derrota legislativa: dejó al descubierto un problema de diseño político. La Casa Rosada apostó a una lógica de presión extrema, concentrando en un solo capítulo todos los ajustes más sensibles y atándolos a concesiones clave para las provincias. El resultado fue exactamente el inverso al buscado.
La decisión de unificar recortes en áreas como universidades, salud y políticas para personas con discapacidad con beneficios fiscales y previsionales para los gobernadores buscaba forzar una alineación automática. A eso se sumó una maniobra reglamentaria que terminó siendo decisiva: la votación por capítulos, sin posibilidad de rescatar artículos individuales. El mensaje fue claro: o se votaba todo, o no se votaba nada.
El Congreso eligió nada.
Lejos de ordenar el debate, la estrategia endureció posiciones y amplificó resistencias. El oficialismo no solo perdió el capítulo del ajuste, sino que terminó con un Presupuesto más deficitario que el anterior y sin ninguna de las herramientas que pretendía introducir. El problema no fue ideológico ni numérico: fue político. El Gobierno se privó a sí mismo de la posibilidad de negociar punto por punto y construir mayorías parciales.
El error se agravó por la gestión de alianzas. En la búsqueda de acuerdos rápidos, el oficialismo privilegió entendimientos con sectores del peronismo del norte y relegó a sus socios naturales: el PRO, la UCR y los bloques provinciales no alineados. La suposición fue que esos apoyos estaban garantizados. No lo estaban.
La secuencia de los hechos lo dejó en evidencia. Tras semanas de negociación con gobernadores, que incluyeron el reparto de fondos discrecionales, el Gobierno quedó sin respaldo en el momento decisivo. La última carta fue el reparto de cargos vacantes en la Auditoría General de la Nación, una jugada que buscaba asegurar votos a último momento. Funcionó solo a medias: los cargos se aprobaron, pero el ajuste volvió a caer.
El episodio expuso una debilidad más profunda: la falta de una lectura realista del funcionamiento del Congreso. El oficialismo actuó como si el capital electoral fuera transferible automáticamente al recinto y como si los acuerdos coyunturales reemplazaran a las alianzas estables. La votación demostró lo contrario.
Las consecuencias van más allá del Presupuesto. El Gobierno quedó atrapado entre dos escenarios igualmente costosos: vetar una ley central y exhibir debilidad política, o promulgarla y aceptar un nivel de déficit que contradice su propio discurso económico. Cualquier intento de incumplimiento de las partidas votadas abre, además, un frente judicial delicado, por tratarse de normas ratificadas por amplias mayorías parlamentarias.
El impacto también se siente en la dinámica futura del Congreso. El oficialismo no tiene quórum propio y depende de bloques a los que tensionó o directamente desplazó. El mensaje que dejaron los aliados heridos es explícito: a partir de ahora, cada sesión será una negociación desde cero.
Esta derrota llega en un momento particularmente sensible. El Presupuesto era una pieza central para darle previsibilidad institucional al programa económico y una señal clave hacia los organismos internacionales. La combinación de debilidad política, déficit elevado y reservas ajustadas compone un escenario complejo, con márgenes de error cada vez más estrechos.
Más que una derrota parlamentaria, lo ocurrido en Diputados fue una advertencia. Sin una estrategia de negociación más fina y sin un esquema de alianzas consistente, el Gobierno corre el riesgo de transformar su minoría legislativa en un obstáculo permanente para su propio programa. El problema ya no es solo qué reformas quiere impulsar, sino si tiene la capacidad política para hacerlo.
